Sí solo hacemos ayuno y abstinencia para cumplir un mandato, para tachar una obligación, para tener la consciencia tranquila, no estamos realmente haciendo nada. Estamos despreciando el precepto tanto como quien dice que “es mejor ayunar de chismes”.
Otros dicen: “Pero si amo el pescado, eso no es un sacrificio”. Se siguen quedando en la superficie, como si lo importante fuera comer o no carne… si fuera así, todos lo vegetarianos del mundo hacen más que cualquier Católico. Quien piensa así no ha entendido nada.
La abstinencia de carne es un signo que nos regala la Iglesia, que nos recuerda que la Cuaresma es un momento de gracia. Nos despierta de nuestra adormecida vida consumista que se dedica a beber y comer mientras espera la muerte. El signo de la abstinencia se mete hasta nuestra vida diaria, a nuestra cocina y nuestras costumbres para recordarnos que estamos de paso y que todo en nuestra vida, hasta la sencilla acción de sentarnos a comer, es un don de Dios, que nos ofrece tan gratuitamente como nos ha ofrecido su salvación.
El ayuno, la abstinencia, la oración y la limosna son signos de conversión, conversión que no es solo intentar dejar de pecar, no es solo decir “creo”, no es solo ir a misa… la conversión es entregar la vida entera a quién te ha creado y te ha salvado y es el único que puede darte como don la felicidad más grande… La conversión cambia el corazón, la vida entera, todo lo que hacemos y pensamos cada segundo.
También es un signo de humildad, de abajarse y obedecer. Hoy, nadie quiere obedecer, nadie quiere que se le diga que hacer, pero ¿cómo vamos a poder estar preparados para escuchar y seguir a Dios si no entrenamos la humildad de aceptar un precepto, asumirlo y llevarlo con pequeñez y sencillez?
Por último, la abstinencia y el sacrificio nos debe llenar de hambre, pero hambre del verdadero alimento que es Cristo, el cual encontramos en cada Eucaristía y nos prepara para recibirlo al final en la Mesa que nos tiene preparada a cada uno de nosotros. Y termino con algo que leí en otro blog Católico: Ojalá lleguemos todos a esa noche de Pascua con un hambre voraz de recibir el Cuerpo glorioso del Resucitado, que es la única verdadera medicina de inmortalidad.